Comenzamos con Romanos 9, el cual es la base de nuestro siguiente sándwich divino, del que comeremos grandes verdades. Observarás el contraste en emociones que Pablo experimenta, pasando del gran entusiasmo por el Amor de Abba Padre, quien nos unió a El en Cristo Jesús, por Su Espíritu, expresado en el Capítulo 8, a la profunda tristeza que expresa en este capítulo al referirse a sus hermanos israelitas con los cuales él está ligado sanguíneamente.
Digo la verdad en Cristo, no miento, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo, de que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque desearía yo mismo ser anatema (maldito), separado de Cristo por amor a mis hermanos, mis parientes (los de mi raza) según la carne. Porque son Israelitas, a quienes pertenece la adopción como hijos, y la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el culto y las promesas, de quienes son los patriarcas, y de quienes, según la carne, procede el Cristo (el Mesías), el cual está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén. Rom. 9:1-5
Observarás también que no existe condenación por sentir gran tristeza o por expresarla, la cual no durará mucho mientras te mantengas en el gozo de la Gracia del Evangelio; tampoco hay condenación por expresar tu perplejidad acerca de lo que es lamentable, como Pablo se expresa acerca de sus hermanos incrédulos, al decir que ellos, siendo los herederos directos del Padre de la Fe, Abraham, la mayoría no pudo creer que Jesús era el Mesías, habiéndolo esperado durante casi 2000 años, y habiéndolo tenido en la sombra de todos sus símbolos, fiestas y rituales.
¿Y cómo se lo perdieron? Ellos presenciaron lo que era invisible para los demás pueblos, ellos eran el pueblo que Dios escogió para mostrar a las naciones su grandeza y sus maravillas, como la versión “El Mensaje” lo expresa:
Ellos lo tenían todo a su favor, – familia, gloria, convenios, revelación, alabanza, promesas, sin mencionar que eran la raza que produjo al Mesías, El Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, siempre, Oh Si! Rom. 9:4-8
Mas aquellos israelitas incrédulos tenían sus ojos en las cosas que se ven, desde aquel tiempo en el que pidieron un rey humano, por el hecho de que las demás naciones así lo acostumbraban; uno tras otro, sus reyes fallaron y murieron; cuando hacían lo recto delante de Dios, esto es, mientras no ofrecían sus sacrificios a otros dioses, la nación era preservada y vivían en paz, más la mayoría de sus reyes no hicieron lo recto delante de Dios y por causa de ellos el pueblo entero sufrió vez tras vez en manos de sus enemigos.
Por fin llegó el Rey de Reyes, Jesús, aquel que vencería a la muerte, aquel que los haría vivir eternamente, aquel que conquistaría a sus enemigos y los haría habitar en paz con ellos, quien los libraría de toda opresión y esclavitud; mas ellos vieron a un hombre manso y humilde y no pudieron ver el poder omnipotente de Dios en El, a pesar de que todos vieron su gloria (Juan 1:14) mostrando quien era Dios, su Padre, (Jn. 14:9), teniendo amor y compasión por sus criaturas, sanando enfermos, levantado muertos, dando provisión en abundancia, (Mat. 11:5), tal y como ellos habían escuchado que vendría:
….para anunciar el evangelio a los pobres.
para proclamar libertad a los cautivos,
y la recuperación de la vista a los ciegos;
para poner en libertad a los oprimidos;
para proclamar el año favorable del Señor…. Is. 61:1-2
Así fue como Jesús mismo se anunció cuando leyó esta porción del libro de Isaías, más sin terminar de leer, cerró el libro, antes de pronunciar lo que estaba escrito enseguida: “el día de venganza de nuestro Dios”; mas ellos no pudieron creer en El y dijeron: “Nosotros no tenemos más rey que el Cesar” y desde entonces el mundo entero ha contemplado sus sufrimientos en manos de muchos Césares crueles y despiadados.
Y es que Dios nos diseñó para vivir de la fe, la convicción de lo que no se ve, (Heb. 11:1) esto es, para vivir como viendo al Invisible, pues no hay vida fuera de Él.
Solo aquellos que creyeron “como viendo al invisible”, Jesucristo, recibieron la vida, aunque tarde o temprano cada uno de ellos caerían en manos de los que no creyeron, para ser torturados y muertos a espada, “no aceptando su liberación, a fin de obtener una mejor resurrección,” (Heb. 11:35) porque sus ojos estaban en lo invisible que es eterno.
Mas aquellos que no tuvieron esta fe, aun sufrieron más que aquellos que persiguieron hasta la muerte, haciendo vanos su milenaria espera y todos sus sufrimientos.
Esto es análogo a la vida de Mefiboset, quien habiendo sido heredero de un rey, viviría escondido y muy por debajo de sus privilegios, al vivir como un mendigo cojo, con gente extraña a cargo de sus tierras y de su vida, por causa de lo que le hicieron creer acerca de David, (2 Sam. 9); más nadie pudo impedir que David lo encontrara y le diera a conocer la verdad de Su Amor y lo sentara a su mesa por el resto de su vida. Al final de su historia, Mefiboset renunció a todo lo que le pertenecía tan solo por el gozo de ver a Su Rey regresar en Paz (2 Sam. 19:29-30). Este será el caso de Israel.
Shalom.