Vimos extensivamente la manera en que Dios nos “justifica” – o nos hace “justos”: imputándole todos nuestros pecados a su Hijo Jesús, para poder imputarle la rectitud de su Hijo Jesús a todo aquel que recibe su sacrificio en la Cruz, aquel que cree en El y en quién es El. Solo así es cómo El ya no nos imputa pecado a nosotros. Recibir su rectitud creyendo es lo único que se necesita, sin nuestras buenas obras, sin ninguna falsa apariencia de santidad o solemnidad producto de esfuerzo humano. Este era uno de los argumentos contra Pablo, y una de esas “apariencias de santidad” era la circuncisión, por lo que Pablo pregunta:
¿Es, pues, esta bendición (la “no imputación de pecado”) sólo para los circuncisos, o también para los incircuncisos? Porque decimos: “Abraham, la fe le fue contada por justicia.” Entonces, ¿cómo le fue contada? ¿Siendo circunciso o incircunciso? No siendo circunciso, sino siendo incircunciso. Abraham recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía mientras aún era incircunciso, para que fuera padre de todos los que creen sin ser circuncidados, a fin de que la justicia también se les tome en cuenta a ellos. También Abraham es padre de la circuncisión para aquéllos que no solamente son de la circuncisión (los judíos), sino que también siguen en los pasos de la fe que tenía nuestro padre Abraham cuando era incircunciso. Rom. 4: 9-12
Pablo demuestra que Abraham se circuncidó como una señal de que creyó en lo que vendría muchos siglos después, mucho antes de que esta circuncisión pudiera ser un hecho en los corazones de la gente que nacería del Espíritu al creer en Jesucristo; mas Abraham no podía nacer de nuevo, pues el Espíritu Santo no habitaba en los hombres de aquel entonces, no obstante, Abraham , Ismael y todos los varones de su casa fueron circuncidados como una firma “con sangre” con el que entraron bajo este pacto “Fiduciario”, basado en la fe de Abraham, la cual nos haría beneficiarios a todos los que tuviéramos fe.
Mas el pueblo judío tenía sus ojos puestos en la señal y no en lo que la señal representaba, pues muchos de estos circuncidados no creyeron en Jesús, por tanto aun circuncidados eran un pacto inválido, pues lo que lo hacía válido era la fe y no la circuncisión. Mas Pablo entendió que aquel Pacto entre Abraham y Dios había dado lugar a un Nuevo Pacto, un Pacto Mayor, un pacto entre Dios y su Hijo Jesucristo, sellado con Sangre inocente para cubrirnos a todos los culpables, quienes al creer, recibimos una circuncisión aún mas profunda y mas permanente – la circuncisión del corazón que nos causa nacer de nuevo.
Verás, el corazón está ligado a nuestras creencias; por tanto, cuando Dios habla del corazón del hombre, se refiere a nuestras creencias de las cuales provienen nuestras acciones. Cuando El “prueba” el corazón del hombre no lo hace para saber si el hombre lo ama o no, o para ver si hay maldad en él o no, pues El ya sabe todo lo que el corazón del hombre produce. Mas Dios busca que el hombre mismo lo sepa. En el caso del creyente, Dios no prueba mas nuestro corazón, pues nuestro corazón ya ha sido “trasplantado” por uno de carne que nos hace sensibles a su Amor y su Gracia y a la voz de su Espíritu Santo.
Sin embargo, cuando nos pide que “examinemos nuestro corazón”, no lo hace para que busquemos en el mismo todo lo que apesta, como lo haríamos en el canasto de ropa sucia, pues nuestro corazón una vez habiendo creído en su rectitud, ha sido “limpiado para siempre”. Lo que El busca es que nosotros nos demos cuenta si de verdad le estamos creyendo, que reconozcamos delante de nosotros mismos si de verdad creemos que El ya lo hizo todo, o lo queremos seguir haciendo nosotros mismos. Dios ya sabe lo que nuestro corazón cree, mas es cuando nosotros lo sabemos cundo podemos “arrepentirnos” cambiando nuestra opinión de El a través de conocerle más al escuchar su Palabra, lo cual producirá nueva fe y por consiguiente nuestro corazón se mantendrá puro, pues la fe en Jesucristo es lo único que puede purificar el corazón del hombre.
Esta circuncisión del Corazón era el anhelo David cuando exclamó:
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. Salmo 51:10
Si lees este Salmo completo te darás cuenta por qué David era un “hombre tras del corazón de Dios”. El corazón de Dios es Jesucristo, el alma de David clamaba por lo que su “descendencia” lograría en nosotros: nuestra Redención, a través de la cual “El Hijo de David” borraría todas nuestras iniquidades. Mas esta obra ya fue consumada, ya no tenemos que orar como el Rey David: “Señor, ten misericordia” porque ya la tuvo; Jesucristo ya lavó todas nuestras transgresiones, ya hemos sido lavados de nuestra maldad y limpiados de nuestro pecado (Salmo 51:1-4); ya hemos sido purificados con hisopo, cuando la sangre del Nuevo Pacto se roció sobre todos los hombres, cuando fuimos lavados y hechos mas blancos que la nieve (Salmo 51:7-9); habiendo creído, nuestro corazón ya ha sido hecho “limpio” una vez y para siempre; nuestro espíritu ha sido “Renovado” con uno nuevo que nunca será quitado de nosotros como sucedía en aquel tiempo. El ya nos hizo oír “gozo y alegría” – el gozo de su Salvación ya nos ha dado y hoy nos sostiene con un Espíritu de poder. (Salmo 51: 10-13)
En ocasión, es sano preguntarnos “¿en que estoy creyendo? ” especialmente cuando no estemos actuando conforme a nuestra rectitud, pues existirá la posibilidad de que hayamos caído de la Gracia, bajo la Ley, bajo auto-justicia, bajo esfuerzo propio, bajo juicio o legalismo, mas es mas sano aun tener consciencia de Su rectitud en nosotros todo el tiempo, escuchando el mensaje de Gracia – el mensaje de la “no imputación de pecado” – de la rectitud de Cristo en nosotros, pues esa consciencia se encargará de mantener nuestro corazón puro, viviendo bajo Su Gracia.
Shalom