Muchos cristianos ambicionamos oír claramente la voz de Dios como la hacían los apóstoles, o los profetas del Viejo Testamento para no equivocarnos y evitar la aflicción, más la clave para vencer durante la aflicción no está en el poder oír, sino en el querer escuchar lo que oímos. Oír no es lo mismo que escuchar.
Aprendimos que Pablo desde antes de nacer de nuevo oyó la voz de Dios cuando le dijo:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Hechos 9:4
Sin embargo aprendimos también que después de haber tenido ese maravilloso encuentro con Jesucristo, aunque Pablo reconocía claramente su voz, no siempre lo escuchaba, resultando en aflicción.
Tenemos muchos otros ejemplos en la biblia de aflicciones que la gente de Dios experimentó, no porque no podían oír la voz de Dios, sino porque no la escuchaban, comenzando con Adán y Eva. Muchos siglos antes de Pablo, Jacob el hijo de Isaac experimentó el sufrimiento por esta misma causa. Dios le ordenó regresar a Bethel, (Gen 31:3) pero el decidió parar en Siquem y aún compró propiedad ahí para quedarse. (Gen 33:19) Ese fue el lugar donde su hija Dina sería deshonrada, donde sus hijos derramarían sangre por esta causa. Esta nunca fue idea de Dios, más aun así Dios le volvió a aparecer a Jacob y le dijo “Levántate, sube a Betel (Casa de Dios) y habita allí.” (Gen. 35:1)
Para Dios no hay error humano mayor que su amor por Sus Hijos. El seguirá rescatándonos, más la vida guiada por su Espíritu es menos dolorosa que nuestros múltiples actos de “escapismo”, para nosotros y aún para aquellos que amamos.
La palabra “escuchar” “shama” en el hebreo, es un escuchar con atención, prestando todo oído, cuidando de que entendamos la instrucción, similar a cuando tratamos de escuchar las instrucciones para abordar un avión en el aeropuerto, o para encontrar un lugar cuando estamos perdidos. Esta palabra fue traducida como “obedecer”. Quiere decir que la obediencia a Dios que tanto se requiere de nosotros es simplemente que escuchemos con atención.
Dios tiene la estrategia para hacerlo todo, comenzando con llevar su Evangelio. Es cuestión de querer “escucharla”.
En tu vida diaria acostumbra preguntarle a Dios a donde te quiere, a donde quiere a tus hijos, cuál es su plan o su estrategia; no te dejes llevar solo por el prestigio de un lugar, de una empresa, o una escuela. Su Espíritu sabrá guiarte cuando tú estés dispuesto(a) a escuchar. Así es como Él pone en nosotros “el querer como el hacer su perfecta voluntad”. Fil. 2:13
¿Y cómo sabemos que es Dios el que habla? En muy pocas ocasiones El usará una voz audible, o a un profeta, aunque ésto sucede. Más debemos entender que la manera principal en la que Él nos habla es por su Palabra. Así es como a través de su Espíritu, nuestro Espíritu es ministrado.
Toda la Biblia – los 66 libros inspirados divinamente – es Palabra de Dios, solo recuerda esto: Jesús es la Palabra hecha carne, “El Pan de Vida”. De manera que la palabra que ministra a los Hijos de Dios nacidos de su Espíritu es la Palabra que revela al Dios del Nuevo Pacto, al Cristo Resucitado y su trabajo consumado en la Cruz.
No quiere decir que la Palabra del Viejo Testamento no tenga valor, sin embargo si no logras entender el Viejo Testamento bajo la Luz del Nuevo Pacto, esto es, si en su simbología o tipografía no logras ver a Jesús y su Gracia, su relevancia equivaldrá a un buen libro de historia o filosofía, sin poder transformador o vivificador, pues el Espíritu Santo actúa solo cuando recibimos una revelación de Jesúcristo, al contemplarle en la Escritura. (2 Cor. 3:18)
Por ejemplo, encontremos a Jesús en Éxodo 16, (siguiendo en tu biblia para abreviar espacio) leemos acerca del Maná, el “Pan del Cielo”, el cual caía todas las mañanas como un rocío que cubría el campamento de los hebreos, una “substancia menuda y redonda,” (Ex. 16:14) como copos de nieve, “como la semilla del cilantro, blanco, y su sabor era como de hojuelas con miel “ Ex. 16:31, del cual todos tenían que recoger diario lo suficiente para quedar satisfechos, de manera que al que comía mucho no le faltara, ni al que comía poquito le sobrara (16:18) Una regla importante era que no podían recoger para el día siguiente, excepto el viernes, ya que durante el Sabbat no caía, pues no podían trabajar ese día. (16:29) Cuando atentaban recoger para dos días, el maná se agusanaba y olía mal. (16:20)
¿Qué te revela esta escritura acerca de Jesús mi lector(a)?
Jesús es ese Pan Dulce, que bajó del cielo en forma de semilla menudita y redondita, para darnos vida.
Y Jesús les dijo: «De cierto, de cierto les digo, que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino que es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Y el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.» Le dijeron: «Señor, danos siempre este pan.» Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. John 6:32-35
Es por falta de este Pan de Vida que el mundo perece. Todo lo que necesites para tu día está envuelto en tu provisión diaria de Maná, pues tu Padre conociendo el fin desde el principio, sabe lo que el diablo está preparando contra ti, y habiéndosete adelantado preparó lo que vas a necesitar ese día en tu lonchera – en tu “Gomer” de Maná.
Es a través de la Palabra diaria como tu Padre te proveerá la artillería para protegerte y defenderte ese día. Lo que recibiste ayer no te servirá, la Gracia recibida ayer fue para ayer, hoy necesitarás una porción fresca. De lo que tu recibas, sea poquito o mucho dependiendo de cuanto necesites para quedar satisfecho, de ahí vendrá tu victoria para ese día.
Por lo mismo Jesús oro. “El Pan de cada día danos hoy”. En este pan va tu salud, tu fuerza, y aun tu salud financiera:
En el desierto, te alimentó con maná, un alimento desconocido para tus antepasados. Lo hizo para humillarte (para hacerte depender de su Gracia) y para ponerte a prueba por tu propio bien. Todo esto lo hizo para que nunca se te ocurriera pensar: “He conseguido toda esta riqueza con mis propias fuerzas y energías”. Acuérdate del Señor tu Dios. Él es quien te da las fuerzas para obtener riquezas, a fin de cumplir el pacto que les confirmó a tus antepasados mediante un juramento. Deut. 8:16-18
¿A que antepasados se refería Moisés? Abraham, Isaac y Jacob. Este fue el pacto que Dios hizo con Abraham por haberle creido.
Dios quiere que le creas y que dependas de su Gracia y de su Espíritu para que prevalezcas a través de la aflicción y para que el diablo no te robe tu bendición.
Shalom.