Escudo y baluarte es Su Fidelidad . Salmo 91:4
Descubrí que la palabra “baluarte” es una fortificación para proteger un castillo. No siempre tendremos que enfrentar una “Operación Dinamo”, o un “911”, más las saetas del enemigo son más sutiles en la guerra espiritual que enfrentamos a diario. Lo que nuestro Escudo de la Fe no alcance a cubrirnos, Su Fidelidad lo hará.
En esta porción del Salmo 91 que estamos estudiando (91:4-6) encontramos una “flecha que vuela de día”, algo pequeño, poco común pero que puede ser mortal; así como la “destrucción que hace estragos”, algo de gran magnitud; pestilencia que anda en tinieblas, aquella que penetra cuando no lo vemos o no lo sabemos. Este salmo nos ofrece doble protección las 24 horas del día contra toda amenaza o mal, sea por causas biológicas, geológicas o por maquinaciones del hombre, esto incluye epidemias, terremotos, tsunamis, ataques terroristas, secuestros, violaciones, robos, una bala perdida, o aun en ocasiones, terrores auto infligidos.
El libro de Job nos dice:
“De 6 aflicciones te librara y en la séptima no te tocara el mal” Job 5:19
El número 6 en el hebreo es el número del hombre y representa su esfuerzo, su autosuficiencia; el 7 es el número de Dios y representa su perfección. Recordemos que el Arca del Pacto en el Tabernáculo de Moisés era rociada cada año con la Sangre del Cordero por el Sumo Sacerdote siete veces. Esto era sombra del trabajo Consumado y perfecto de Jesús que nos sería dado. Para los que estamos en Cristo, esta sangre nos cubre de día y de noche; aun cuando no lo sepamos y aún si estas aflicciones fueran por nuestra propia “autosuficiencia”, o negligencia, El siempre estará dispuesto a librarnos en cuanto clamemos a El.
Mi vida es un testimonio de Su Fidelidad, – Su Verdad y Su Gracia, así como de la protección que tenemos en Cristo. Habiendo nacido y vivido en la ciudad de México la mayor parte de mi vida, una ciudad donde la delincuencia y los peligros abundan, la protección de Dios me cubrió dentro y fuera de ella, hasta el día de hoy.
Recuerdo un evento desagradable que sucedió cuando yo vivía sola con mi hijo pequeño, en un apartamento que había quedado reclinado después del terremoto del 85. Una noche, mientras yo lavaba los trastos, mientras llenaba la bañera para mi hijo el agua del edificio se agotó. Me cercioré en cerrar la llave de la bañera, no así la que usaba en la cocina.
Durante la noche, el agua fue reinstalada mientras yo dormía profundamente, derramándose hacia la entrada. Cuando el ruido del agua me despertó, y me di cuenta de lo que sucedió, era la una de la mañana, hora en que comencé a secar mi casa inundada.
Al dia siguiente una amiga me informo que durante la noche, el agua caía como cataratas desde el balcón del apartamento vecino. Nunca pensé que debido a que el edificio se encontraba reclinado, el agua se había deslizado a través de la puerta principal, hacia el departamento de mis vecinas, estropeando sus muebles.
Estas vecinas eran las últimas persona que yo habría deseado enfurecer, pues eran personas violentas entre si mismas, además de que la madre de ellas practicaba brujería; de hecho, según mi amiga, lo mas terrible para esta mujer fueron los menjurjes que ella me había puesto debajo de mi tapete de la entrada y que por causa del agua se habían ido hacia su casa.
Desconociendo que era yo amada de mi Padre Dios y que Su Fidelidad me cubría, aun cuando la mia era no existente, viví meses de terror, pensando en lo que estas mujeres pudieran hacerme a mi o a mi pequeño. Salía yo de mi casa con temor y regresaba con temblor, pues no había yo conocido el Perfecto Amor que echa fuera el temor. Aun temía encender las luces para no darles a saber que me encontraba ahí.
No pasó mucho tiempo después, cuando un autobús arrolló a esta pobre mujer, dejándola coja. Por la Gracia de Dios ninguna de ellas se acercó jamás a mi y tanto temieron al Dios que me protegió de sus brujerías, que no me cobraron los muebles, lo cual habría sido para mi un castigo bien merecido, no obstante cruel, pues fuera de mi cocina y mi recámara, mi departamento estaba vacío, pues no ganaba yo lo suficiente para comprar mis propios muebles.
Hoy miro hacia atrás y me doy cuenta cuanta fue la Gracia y la protección de mi Padre, quien me libró de ésta y de tantas otras cosas. Doy la gloria a Cristo por su Favor Inmerecido, solo por El, hoy me es posible compartírlo contigo y decir:
El Señor está a mi favor; no temeré….En Dios he confiado, no temeré.
¿Qué puede hacerme el hombre?
(Salmo 118:6; 56:11)
Shalom