La escritura nos mostró ya que en el nombre que es sobre todo nombre, Jesucristo, está todo lo que necesitamos. Abraham no conoció a Dios como El Shadai, hasta que su fuerza se había acabado, a la edad de 99 años (Gen. 17). Fue ese mismo día que Dios le añadió la letra “Hei” al nombre Abraham, la letra de la Gracia, después de 13 años de vivir bajo las consecuencias de lo que su esfuerzo produjo, (Gen 16) tiempo durante el cual Dios parece haber permanecido en silencio., aunque quizá fue Abraham quien no deseaba hablar. Más en menos de un año de vivir bajo la Gracia de Dios, Abraham heredó su promesa.
Mientras sigamos en nuestras fuerzas, Dios permanecerá en silencio. Su misericordia nos cubre, más no su Gracia donde encontramos nuestro reposo. Mas en el momento en que Él se revela a nosotros como “Abba”, en ese momento encontramos nuestro “Shadai”, nuestro “Jehová Jireh”, nuestro “Jehová Nissi”, nuestro “Abba Padre” en ese momento descansamos de nuestras obras y vivimos de Su Gracia, por su Espíritu.
No es necesario hacer a Dios esperar hasta que estemos exhaustos, a punto de ahogarnos, para pedirle que nos saque del pozo. Basta con cederle el paso, cederle el volante, cederle nuestro oído con atención, nuestra prioridad, nuestro tiempo, tan solo con clamar “Abba”, Él se manifestará.
Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción (filiación) como hijos, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!” Rom. 8:15
Este espíritu de esclavitud al que se refiere Pablo era el de la Ley del Viejo Testamento. La gente vivía bajo constante temor, pues en cualquier momento podían ser culpables de muerte. Ellos no podían llamar a Dios “Abba Padre”, pues Jesús no les había dado ese derecho. Ellos se sentían siervos, no hijos. Aun Abraham, el “Amigo de Dios”, solo podía llamar a Dios “Adonai” -“Mi Señor Dios”, “Mi Amo”, mas no “Abba” Por tanto, no es el hecho de pronunciar la palabra, sino de tener revelación de lo que somos en Cristo por su Sangre.
Su Espíritu solo puede reinar en el corazón de Sus Hijos. De hecho, como lo vimos en la vida de Abraham, Dios solo acepta lo que es de Su Gracia, de Su Espíritu, y desecha todo lo que es de la carne, del esfuerzo (Gal 4:23).
Pero a todos los que Lo recibieron, les dio el derecho (el poder) de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, Juan 1:12
Más “Abba” no es una palabra mágica, pues sin el Espíritu que nos hizo verdaderos hijos, la palabra Abba no tendrá poder, ni significado. Es más, el espíritu de la persona se negará a pronunciarla.
La gente que vive bajo la Ley no puede llamar a Dios “Abba”. Ellos aún se llaman a sí mismos “siervos de Dios” y tristemente muchos de ellos perseguirán a aquellos que se sepan “Hijos de Dios” por la revelación de su Gracia, como lo hacía Ismael con Isaac. Mientras no se vean como Hijos, aun cuando lo fueran, no podrán heredar. (Gal 4:1-7). Aun cuando recibieramos la vida eterna, no podremos recibir toda nuestra herencia comprada con la Sangre del Nuevo Pacto, con el espíritu del Viejo.
Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino romperá el odre, y se pierden el vino y también los odres; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos. Marcos 2:22
Pero cuando vino la plenitud (el cumplimiento) del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, a fin de que redimiera a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción de hijos. Y porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones, clamando: “¡Abba! ¡Padre!” 7 Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios. Gal 4:4-7
Por tanto, no es la Palabra Abba la que nos posiciona para recibir, sino la revelación de que su Espíritu nos dio esa libertad y ese privilegio.
Shalom