Pues antes de la Ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no habían pecado con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura (símbolo) de Aquél que había de venir. (Rom. 5:12-14)
Antes de mirar como Jesucristo revirtió la obra de Adán, observemos que Pablo enfatiza en que el pecado no se toma en cuenta cuando no hay Ley, refiriéndose en este caso al tiempo anterior a la Ley de Moisés; sin embargo, Pablo dice que aun cuando no hubiera pecado “oficialmente”, la muerte reinaba, pues el hombre estaba muerto en su espíritu desde el momento en que su desconfianza y mala opinión de Dios lo separó de El, y al haber creído en la serpiente, el hombre quedó “unido” a ella, por lo que surgió la iniquidad, la maldad, y toda forma de perversión y corrupción que se manifiesta como un virus en el hombre que vive “muerto”, fuera de su diseño original.
Esta iniquidad incluía la perversión de la sexualidad que amenaza la propagación del hombre y su existencia misma, pues el hombre se propaga sexualmente; no es de extrañarse que estas prácticas estaban incluidas en los rituales que muchos de estos pueblos ofrecían a sus dioses: actos de bestialismo, homosexualismo (Lev. 18:22-24; 20:13, etc) y principalmente y todo sacrificio de niños, incluyendo su abuso sexual.
Antes de Jesucristo, cuando esta iniquidad llegaba a su colmo, Dios mismo la eliminaba de raíz, por amor a su criatura:
- Cuando Dios trajo el diluvio, para destruir al Nefilim – mitad hombre y mitad demonio (Gen. 6:4, Num. 13:33);
- Así también lo hizo con Sodoma y Gomorra, cuando escuchó el clamor de sus oprimidos, lo cual leemos en Gen. 18:20, después de casi 20 años (de acuerdo a ciertas cronologías bíblicas) de que esta maldad ya era grave ante Dios (Gen. 13:13);
- Cuando la iniquidad de los amorreos llegó al colmo, después de varios siglos de tolerancia, Dios les quitó su tierra para entregársela a los descendientes de Abraham (Gen 15:16, Deut. 9), ordenando que los destruyeran a todos (Deut. 7), lo cual Israel desobedeció.
Aunque aquellos que aborrecen a Dios lo acusan de ser un Dios intolerable y sin misericordia, fue precisamente por su misericordia y amor al hombre que Dios tomaba tan drásticas medidas contra este tipo de iniquidades, que no sólo amenazaban su especie, sino la preservación de un linaje – el linaje de Jesús, a través del cual el mundo entero sería salvo. De haber sido corrompida la simiente de la mujer – Jesucristo, quien podría aplastar la cabeza de la serpiente? (Gen. 3:15)
No obstante que el pecado de Adán trajera la muerte, la iniquidad, la maldad, la perversión, la corrupción y por tanto, la maldición y la destrucción, la buena noticia es que Jesús llevó en su cuerpo nuestra muerte, nuestra iniquidad, nuestra maldad y todas nuestras maldiciones para que aquel que recibe este regalo de Gracia pueda vivir.
Este regalo de Gracia nos ha hecho superiores al primer hombre creado – Adán, pues Adán no logró comer del Árbol de la Vida que le permitiría vivir para siempre (Gen. 3:22) como podemos hacerlo ahora nosotros al creer en Jesucristo (Juan 6:51). Adán no fue creado sentado en las alturas reinando junto con Cristo, como nosotros hemos sido colocados a través de la redención, al creer en Jesucristo. (Ef. 2:6). Este es el privilegio de todo aquel que quiera descansar y ser librado de su iniquidad y su maldad, de su maldición y destrucción, aun aquellos que afirman haber “nacido así”.
Hoy estas iniquidades continúan en la tierra, y aun existen mayores, mas habiendo sido juzgadas y castigadas en el cuerpo de Jesús, el hombre inicuo no tiene que ser exterminado. Aun cuando la propagación de los Hijos de Abraham se ha tratado de impedir repetida y ferozmente oponiendo el Evangelio, adulterándolo y distorcionándolo, la obra de Jesucristo que es superior a la de Adán ya no puede ser impedida, ni destruida, ni revertida.
Dios protegió y preservó a su simiente. Herodes no pudo eliminarla, el diablo mismo tampoco pudo hacerlo; de hecho, fue su idea que Jesús fuera sacrificado con tanta crueldad y saña hasta la muerte, mas este ser desgraciado no contaba que con cada aflicción que le causara, Jesús nos estaba redimiendo a todos de tales aflicciones. El no contaba que Jesús resucitaría y que ascendería para que el linaje de nuestro Mesías pudiera continuar hasta nuestros días a través de su Espíritu, el cual no puede ser matado, ni corrompido ni callado ni detenido.
La Nueva Creación ya no está amenazada por esas plagas, el hombre ha sido redimido – comprado de nuevo por su propietario original a precio de sangre inocente; ahora todos podemos aceptar esa paga, recibir ese regalo de Gracia y dejar toda iniquidad en la Cruz; todo aquel que crea en Jesucristo, podrá ser beneficiario de este Nuevo Pacto que afirma:
Pues tendré misericordia de sus iniquidades, y nunca mas me acordare de sus pecados Heb. 8:12