Mucho hemos hablado de la aflicción del cristiano, como parte de la guerra espiritual a la que estamos sujetos. Ante todo, lo importante es que nos demos cuenta de que Dios no es el que nos manda las aflicciones y que cuando éstas nos llegan, Él está presto a sacarnos de ellas, aún cuando muchas de éstas sean auto-infligidas o puedan ser evitadas.
Aprendimos de Job, quien se justificaba así mismo bajo la Ley y creía que sus buenas obras lo tenían muy bien parado con Dios; aun habiendo sido declarado “hombre intachable (íntegro) y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” por el mismo Dios (Job 1:8), al final fue su revelación personal de su futuro Mediador y de su Gracia lo que detuvo toda la destrucción en su vida, y no sus obras de rectitud propia que El hacía. Esta revelación personal produjo en él una buena opinión de Dios, lo cual llamamos fe.
Fue esa misma revelación personal de Jesucristo la que le dio a Abraham el nombre de “Padre de la Fe”, pues no solo le creyó a Dios que le daría descendencia innumerable, sino que creyó en el Dios que justifica al impío a través de su Hijo Jesucristo.
Te preguntarás: “¿Cómo va a ser? ¡Si Jesucristo aún no había nacido!” ¿Recuerdas cuando Dios le dijo a Abraham “Mira las estrellas si eres capaz de contarlas”. (Gen 15:5)? Estas estrellas, estas constelaciones que Dios nos dio como señales (Gen. 1:14) narraban el Evangelio de Gracia de nuestro Señor Jesucristo, antes de que la historia que escondían fuera corrompida y tergiversada.
Este Evangelio fue lo que Dios le mostró a Abraham. La palabra hebrea usada para “contar” es “caphaz”, cuya traducción se usa tanto para contar números como para contar un relato o una historia. Esta fé en el Evangelio que Abraham creyó le fue contada por justicia (Gal. 3:6), muchos años antes de que produjera tal obra de la fe al aceptar ofrecer a su hijo Isaac, y esta misma fe fue lo que le hizo decirle a su hijo:
“Dios proveerá para sí el cordero para el holocausto” Gen 22:8
Moisés también recibió una revelación personal de Jesucristo y de su Gracia, pues recuerdas que Dios le dijo que había hayado “Favor” – “Gracia” en sus ojos, la segunda vez que subió a la montaña (Éxodo 33:12-20) y Dios se pasó 40 días mostrándosela, en el diseño de su tabernáculo, y cada uno de sus muebles y aun en sus rituales le mostró a Jesucristo.
David también tuvo ua revelación personal de su Mesías, quien vendría de su misma descendencia, pues la Biblia dice que El tenía un corazón tras el corazón de Dios, y ese corazón se llama Jesús. Muchos salmos Mesiánicos que profetizan de Jesús fueron dado por David:
Dice el Señor a mi Señor: “Siéntate a Mi diestra, Hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies. Salmo 110:1
Por lo anterior me gustaría enfatizar en que nuestra victoria dependerá de qué tan grande sea nuestra revelación de Jesucristo y su obra redentora, la cual vendrá de nuestro continuo “Shama” – escuchar su Evangelio de Gracia.
Mas es importante recordar que Evangelio de Gracia no se trata de seguir a Jesucristo, sino de recibirlo o aceptarlo como substituto, para que El viviendo en nosotros pueda representarnos. Fuera de Jesucristo, nadie puede representarnos ante Dios, ni siquiera nosotros mismos. Sin Jesucristo, no podemos venir a Dios (Juan 14:6), no importa que tan buenos seamos o cuanto bien hagamos. Es la rectitud de Cristo la que nos cubre a través de este intercambio divino: su justicia en lugar de nuestra injusticia, su manto de rectitud como nuestra vestidura, en lugar de nuestros trapos de inmundicia; sus esfuerzos y obra consumada en la Cruz en lugar de los nuestro propio esfuerzo por cubrirnos – nuestras hojas de higuera –.
Al que no conoció pecado, Lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El 2 Cor. 5:21
Esto confunde a muchos, porque piensan que bajo la Gracia de Dios ya no debemos trabajar, ni esforzarnos, ni hacer buenas obras, o que podemos vivir en pecado si queremos, más no es así. Nuestras obras y nuestro testimonio hablan de lo que hemos creído – de nuestra fe “Por sus frutos los conocerás” (Mat. 7:16)
El mundo piensa que el hacer bien nos hace buenos y el hacer el mal nos hace malos, sin embargo ambas cosas conducen a la muerte cuando son obras de nuestro esfuerzo y justicia propia y no de nuestra fe en Jesucristo.
No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso: ¿por qué te destruirás? No hagas mal mucho, ni seas insensato: ¿por qué morirás antes de tu tiempo? Ec. 2:16-17
No hablo de obras para ser aceptados por Dios o para ganar nuestra entrada al cielo. Jesucristo ya lo hizo todo para hacernos aceptos ante el Padre y darnos la vida eterna junto a Él. El murió para que su Gracia fuera derramada sobre nosotros para que podamos caminar como gente recta, haciendo buenas obras que el preparó para que anduviéramos en ellas, (Ef. 2:10) a estas obras me refiero, aquellas que muestran al Dios de Amor, en quien creemos, y que testifican de lo que hemos hecho con esa Gracia que Cristo murió para darnos.
A esto se refiere Pablo cuando les dice a los Filipenses:
“ocúpense (katergazomai – logren, ejerciten, produzcan resultados) de su salvación con “temor y temblor” (gozo excedente), Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención. Fil 2:12-13
Él lo obra en nuestro corazón, nosotros lo ejercitamos, Él pone dentro obras buenas, nosotros las sacamos, Él nos dice cómo hacer algo y nosotros lo ponemos en marcha, y de esta manera la gloria va para El y no para nosotros.
Estas obras de fe surgirán como un fruto y con una habilidad que quizá antes no teníamos. Contra estas obras no prevalecerán los ataques del diablo, pues estarán edificadas sobre oro, plata y piedras preciosas. Mas nuestras obras no vencerán al diablo, es nuestra fe la que vencerá al diablo y lo pondrá por estrado de nuestros pies y nuestras obras solo serán un reflejo de tal fe.
Shalom