De acuerdo con lo aprendido en nuestro último estudio, quizá te preguntes: “¿Y qué diferencia hay si llamo a Dios: Dios o Señor o Jesús o Padre? ¿No acaso El me bendice igual?
Efectivamente, Él no se afecta ni condiciona su bendición a como le llames, sea Dios o Abba, papito, o cualquier palabra que te haga sentirlo cercano a tu corazón. El no necesita estar consciente de que él es Abba para ti, Él ya lo sabe; eres tú quien necesita estar consciente de que El es “Abba Padre” para ti, pues de no verle como tal, serás tú el que afecte tu habilidad de recibir, pues quizá no te sientas con la libertad de venir a El o de recibir de El como le harías de tu propio Padre.
La diferencia en como recibas sería comparada a la manera en que la mujer con sangrado de flujo recibió su sanidad cuando Jesús se volvió a ella para mostrarle Su rostro, cuando sintió que ésta tocó el bordo de su talith, a si la hubiera dejado llevarse su sanidad a escondidas como algo que no le pertenecía. Sin embargo, le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado”, (Mat. 9:22, Mar. 5:34; Luc. 8:48) cuando a ninguna otra mujer Jesús jamás llamó “Hija”.
Aquellos que no quieren “abusar” o aun “usar del Favor de Dios”, más que parecer humildes ante El, le son ofensivos, pues Su Hijo murió nada más que para darnos el Favor de Dios. Tu mismo te ofenderías si derramaras tu amor y todos tus recursos en un regalo para alguien que no lo estima, que lo tira a la basura o que lo cambia por algo “más de su agrado”.
Si tú careciste de figura paterna, o ésta no fue tan cercana a tu corazón como lo necesitabas, o si tu padre hubiera sido autoritario o abusivo, sé que te será difícil esperar o creer en el amor de un Padre Celestial que no ves, especialmente si has oído las descripciones del Dios implacable y de ira que se predican en algunas iglesias. Más será al creer y descansar en ese amor como lo hacía el apóstol Juan, lo que te ayudará a sanar esa herida de tu infancia, o a llenar ese hueco del amor paternal que te haya faltado.
Esta revelación de su amor, y de que le perteneces como Hijo contienen la clave para recibir toda tu herencia, pues de lo contrario, el enemigo estará presto a interceptarla, cuando tu fe no esté en “modo de recibir”. Recordemos que la moneda del cielo es la fe y la fe viene por el continuo oír.
Al igual que el pan que viene de la tierra, el cual no se disfruta igual al día siguiente, El Pan de Vida que comamos hoy no podrá sostenernos el día de mañana. Su Misericordia (su Gracia) se renueva día con día, (Lam. 3:22-23) igual que el maná de los hebreos en el desierto: es sólo para el Día de Hoy. Por lo mismo Jesús oró, “El Pan de Cada Día danos hoy”. (Mat. 6:11) “Basta a cada día su propio afán” (Mat. 6:25). Si no venimos a recibir Gracia nueva, estaremos dependiendo de nuestras propias fuerzas, lo cual tarde o temprano nos llevará mínimo al fracaso.
No te llevará mucho tiempo venir a recibir Gracia nueva, no más tiempo del que te tardarás tratando de retener lo obtenido, o recuperar lo perdido al vivir bajo tu propio esfuerzo. Lo que oímos de pequeños pudo habernos dado la fe suficiente para recibir la vida eterna en ese momento, mas no podrá darnos la fe para hablarle a la montaña el día de mañana, o para salir bien librados en el día malo, a menos que continuemos oyéndolo y recibiéndolo por fe cada día de “Hoy”. Hoy es el único tiempo que Dios te da. Recuerda que en hebreo no existe el tiempo futuro, “todo ha sido ya hecho”.
Gracia es descanso, más no es descanso pasivo, es actividad dirigida por su Espíritu; el proverbio 10:22 la describe de esta manera:
La bendición del Señor es la que enriquece, Y El no añade tristeza con ella. Prov. 10:22
Esta palabra traducida como “tristeza” es el hebreo ‘etseb”, que significa: dolor, herida, fatiga, labor ardua, dificultad, labor dolorosa. Por tanto, este proverbio realmente significa que “Su bendición es la que enriquece y no necesita tu ardua y dolorosa labor.”
Shalom